Mi cuerpo, mi deseo

Por: Mónica Alicia Roca Cogordan
"¡Ah! ¿En serio no?" Fueron las palabras de sorpresa, que con una expresión de incredulidad y alivio, respondió Olivia cuando en consulta terapéutica le dije que en el sexo, en las relaciones heterosexuales, el papel de las mujeres no es complacer a los hombres.
Hemos creído culturalmente que las mujeres deben someterse al hombre para retenerlo, complacerlo y que es deber de las mujeres estar disponibles al deseo del compañero. Desde esta creencia he escuchado a cientos de mujeres que sin deseo, sin ganas y deseando que el encuentro termine pronto, permiten que la satisfacción del otro prime sobre la propia autonomía del cuerpo y del deseo de la mujer.
Yo misma crecí viendo en cada esquina puestos de revistas y en ellos, portadas de ejemplares para mujeres con titulares como "técnicas para volverlo loco de placer". Internet hoy mismo está lleno de estos "trucos y técnicas infalibles para satisfacer al hombre".
Afirma la Organización de las Naciones Unidas ONU que los derechos humanos de las mujeres incluyen su derecho a tener control sobre las cuestiones relativas a su sexualidad, incluida su salud sexual y reproductiva, y decidir libremente respecto de esas cuestiones, sin verse sujeta a la coerción, la discriminación y la violencia.
La sexualidad nos acompaña desde el nacimiento, se construye con los años, nos permite habitar este mundo, presentarnos y afirmarnos como somos, disfrutar, sentir placer y conocernos de manera más profunda, ya sea en pareja o sin ella.
Las mujeres, dentro de cualquier esquema afectivo, de orientación y de identidad, tenemos también el derecho a disfrutar. El placer sexual es un derecho humano.
¿Qué podemos hacer para cambiar este paradigma? Repensarnos desde el origen de que somos personas con igualdad de derechos. Retomar nuestra propia autonomía, legitimar nuestro propio deseo, decir que sí cuando deseamos decir que sí, y otorgarnos un no cuando así lo deseemos. No tener deseo sexual siempre es absolutamente normal.
No somos unos contra otros, estamos en una experiencia individual y colectiva, en la que lo personal también es político y desde ahí podemos hacer los ajustes necesarios para una mayor experiencia de satisfacción, disfrute y ejecución de nuestros derechos. Los de todas, todos y todes.
La sexualidad es el campo en el que nuestra vulnerabilidad está expuesta, nuestros deseos, fantasías, afectos, experiencias, recuerdos, anhelos, emociones, expectativas y la creencia de quienes somos se pone de manifiesto para nosotras y frente a otra persona.
La vivencia plena de nuestra sexualidad puede ser el terreno en el que vayamos deconstruyendo lo aprendido, soltando las capas e ideas de lo que ya no queremos seguir cargando y construyendo nuestra mejor versión; no para el otro sino para nosotros mismos.
Estamos invitadas a convertirnos en las mejores personas que podamos ser: más honestas y con un mayor conocimiento de nosotras, descubriéndonos con mayor profundidad en cada oportunidad, legitimando el derecho a la autonomía de nuestros cuerpos y de nuestros deseos, siendo así, gracias a la expresión real de nuestra sexualidad, un mundo más ligero, justo, honesto y placentero para todos y todas.